Uno de los primeros recuerdos de Internet que tengo es el de abrir mi casilla de mail y encontrar un misterioso video conocido como «Usa protector solar». Decidí abrirlo sin demasiado entusiasmo, esperando hallar no más que una simple explicación científica acerca de los peligros del sol. Pronto mis tiernos e infantiles ojos quedaron pasmados ante lo que aparentemente debía ser solo una recomendación de salud, pero que a cada minuto se convertía en una reflexión más y más profunda acerca del significado de la vida. El impacto emocional, reconozco, fue y sigue siendo enorme. Punto para el marketing.
El video tiene su fuente en un ensayo de la columnista Maria Schmidt, publicado en 1997 en el Chicago Tribune, cuyo título original es «Advice, like youth, probably just wasted on the young«, [«Consejos, como la juventud, probablemente desperdiciados en los jóvenes»] El ensayo ganó popularidad por su original estructura, en la que ofrecía, por un lado, cuestionables consejos sobre cómo aprovechar la vida y la juventud, y por otro lado, para contrastar, un consejo científico y por lo tanto indubitable: siempre usa protector solar.
«A long-term benefits of sunscreen have been proved by scientists
Whereas the rest of my advice has no basis more reliable
Than my own meandering experience«
El audio del ensayo, titulado «Everybody’s Free (To Wear Sunscreen)» [«Todo el mundo es libre (para usar protector)»], es la base del histórico video, que en una de sus versiones reúne 16 millones de vistas. Su popularidad es fácilmente explicable si analizamos cómo la autora aprovecha una simple idea del sentido común para apelar a nuestra emocionalidad. Usar protector solar es una forma de cuidarse. Sólo una persona que te quiere puede recomendarte usar protector solar, pues como te quiere, quiere cuidarte. Allí mismo es donde también el gobierno encontrará el foco para iniciar su masiva y larga campaña contra el Sol, nuevo enemigo indisputado de la salud pública, y poder dar rienda suelta a su consecuente campaña de protección pública, es decir, del uso del protector solar.
Pero, ¿de dónde viene semejante reacción defensiva? ¿Realmente está justificada o es una medida exagerada? ¿Hay intereses ocultos de fondo? Intentaremos indagar en esto con un ojo filosófico.
Una de los primeros argumentos desplegados en esta campaña masiva en favor del uso del protector solar fue que la radiación entraría directamente a la biosfera. ¿Recuerdan el agujero de la capa de ozono, tan preocupante durante los 2000, y que se utilizaba como argumento para protegerse del sol? Bueno, resulta que gracias a la prohibición de una sustancia nociva de los aerosoles, el agujero (que nunca fue algo tan así como un agujero, sino que es un fenómeno natural que ocurre durante ciertos meses al año) finalmente se está cerrando. Descartada entonces esta primera línea argumentativa.
El siguiente argumento, bastante más convincente en tanto apela directamente al miedo, es el de la relación entre la exposición solar y el cáncer. Si bien es real que hay cierto espectro de la luz ultravioleta potencialmente dañino (la luz UVA), ésta no es sin embargo la radiación principal a la que nos exponemos cuando tomamos sol en verano. Los rayos UVA están presentes todo el año, en todos los lugares a los que llega la luz natural, incluso en los días nublados. Eso significa que si estas leyendo esto de día lo más probable es que algo de estos rayos te estén llegando en este momento.
La otra radiación preocupante, en tanto es la que provoca quemaduras solares en exposiciones directas y prolongadas, es la de los rayos UVB. Sin embargo, estos rayos representan apenas el 5 % de los rayos UV que llegan a la Tierra. Además, esta es, de un modo u otro, imprescindible para nosotros, ya que es la que estimula la producción de vitamina D, única vitamina que se obtiene exclusivamente del Sol, y que en realidad cumple la función de una hormona una vez en el cuerpo por estar involucrada en múltiples procesos: desde la fijación de calcio en los huesos hasta el correcto desarrollo de los órganos sexuales.
El mecanismo es biológicamente simple. El Sol funciona directamente con el colesterol. Cuando se expone al sol, la piel convierte el 7-dehidrocolesterol en vitamina D3. Por desgracia, eso significa que si la población consume pocos alimentos con grasas saludables y, aún más, se la obliga a consumir medicamentos para reducir el colesterol, se ve de repente mucho menos protegida ante los posibles daños de la exposición solar, y mucho más propensa a las quemaduras solares. El Sol produce muchos tipos de radiaciones más, la mayoría inocuas para el ser humano. Además, tiene la ventaja de producir luz infrarroja, cuyos efectos terapéuticos están recién empezando a ser estudiados.
La radiación en general es uno de los principales peligros inminentes para la salud hoy en día, en tanto se encuentran en todos lados. Las ondas de los hornos microondas, los rayos x de los aparatos médicos, la radiación electromagnética de los teléfonos celulares, y prácticamente cualquier cosa que emita luz. Nadie puede asegurar que todas ellas sean inocuas para los humanos. Incluso, se sabe que en algunas fiestas y eventos se utilizan lámparas ultravioleta UVC, mucho más dañinas que la luz solar habitual. Vemos entonces cómo el mecanismo causal empieza a volverse más y más complejo, hasta el punto de ya no poder distinguir qué es un proceso natural en el cuerpo y qué no.
De hecho, el protector solar es tan antinatural, que además de estar lleno de químicos dañinos para el ser humano (muchos de ellos en sí mismos cancerígenos), también afecta al ecosistema marino, atrofiando los arrecifes de coral, dañando a la fauna que termina consumiendo los ingredientes que quedan flotando en el agua, y matando a la flora marina que no puede absorber los nutrientes del sol por el efecto de «capa protectora» que se produce en la superficie. En Hawaii, el problema es tan grave que se convirtió en el primer estado de Estados Unidos en verse obligado a regular el uso del protector solar en sus playas.
El protector solar es, como vemos, un exitosísimo invento del marketing, sostenido a través de una alianza entre el Estado, la ciencia corporativa, y las droguerías que fingen preocuparse por la salud de los consumidores. De este modo, el gobierno se libra de ocuparse de la salud real de las personas y delega así en las empresas que incrementarán sus ganancias al máximo si demuestran que están siguiendo un discurso científico y «protector» de la salud pública. Negocio redondo.